Gabriel Cortina
Para comprender el funcionamiento del sistema político vigente en Rusia, expresado en su política interior o exterior, es esencial entender cómo sus dirigentes perciben el mundo y la sociedad. El objetivo de Françoise Thom es ayudar a vislumbrar esta realidad y los complejos actores que configuran un escenario tan cercano y, a la vez, tan lejano. Este ensayo es interesante porque, precisamente, va dirigido a la sociedad occidental, teniendo en cuenta los hábitos culturales, las dinámicas dominantes de la opinión pública y de participación política, sus fortalezas y debilidades.
Françoise Thom es especialista en la URSS y en la Rusia postcomunista, enseña Historia Moderna en la Universidad de La Sorbona y es autora de numerosos libros sobre historia reciente de Rusia, geopolítica rusa y totalitarismo. Como avisa al lector en sus primeras páginas y como buena docente, sabe que es necesario hacer un complejo ejercicio de cambio de percepciones para ayudarnos a entender la Rusia de hoy. Su intención es ofrecer algunas claves que permitan entreabrir las puertas de un universo diferente, concretamente, el de su principal protagonista: el régimen de Vladimir Putin.
El ensayo se divide en dos partes – La base rusa y El putinismo y el mundo-, tiene un total de dieciséis capítulos, y termina con una conclusión. Un capítulo que deseo resaltar es Cambiar Occidente, donde se advierte cómo se subestima una propaganda que ha durado sesenta años y se describe la guerra psicológica puesta en marcha por el Kremlin para debilitar, destruir el soft power occidental y desestabilizar a la Unión Europea por la periferia. La bibliografía incluye una serie de referencias de artículos de la autora, así como un apartado de fuentes que serán muy útiles para los investigadores, principalmente páginas webs.
Definir el régimen de Putin
La naturaleza del régimen de Putin marca el planteamiento inicial, con la cuestión de cómo podría definirse ese sistema político sin levantar inmediatamente objeciones fundadas. Si se trata de un autoritarismo camuflado bajo una apariencia democrática, habría que explicar los límites evidentes del poder del Kremlin. Si es quizás una autocracia, en continuidad con la historia rusa, o más bien una oligarquía mafiosa, habría que dar cuenta de los elementos ostensibles de sovietismo que impregnan el sistema putiniano. Si estamos ante una mafiosa oligarquía que no busca más que enriquecerse, hay que interpretar bien las ambiciones geopolíticas de la élite de Moscú, ya que cuenta con un pensamiento estratégico definido. Si es un neototalitarismo soft, hay que abordar la ausencia de una ideología estructurada.
Para Thom hay tres obstáculos fundamentales a la hora de comprender el fenómeno que se resume en la forma de gobierno de Putin, y es un enfoque que se realiza desde la perspectiva de la comprensión occidental. El primero se refiere a que se concibe el poscomunismo ruso en términos de “transición”; se mira desde el punto de vista de un presunto desenlace, como si el camino final fuera la configuración de una democracia liberal, sin preguntarse si la base social permite esa evolución esperada o incluso imaginada. El segundo error de perspectiva consiste en hacer coincidir cronológicamente la dinámica política de Putin con su llegada al poder en los años 1999 y 2000, y presentar el sistema puesto en marcha como la antítesis del régimen de Boris Yeltsin, mientras que las bases de este sistema vienen, precisamente de los años 1992-1993, y sus raíces son más antiguas. El tercer error se manifiesta cuando se considera a este régimen como algo específicamente ruso, mientras que nació como resultado del ajuste de la sociedad poscomunista con tendencias más recientes y poco comprendidas, que actúan en nuestras sociedades occidentales posmodernas. Estos tres elementos unidos configuran el fenómeno putiniano y es lo que hace que sea difícil de definir. Desde mi punto de vista, su análisis es el aspecto más interesante de la obra.
Para la profesora, un factor ampliamente subestimado en la génesis de la Rusia de hoy es la influencia de lo que denomina como “universo carcelario”, herencia terrible y definitiva de la Unión Soviética. De 1960 al final de los 80, hubo 35 millones de sentencias de detención, lo que significa que, hoy en día, uno de cada cuatro rusos ha conocido la reclusión; en algunas ciudades siberianas, uno de cada dos, es decir, la totalidad de la población masculina. Esta realidad ha impregnado la sociedad rusa y, por lo tanto, la comprensión de la realidad política. Recordemos que el comunismo en los años 1920 y 1930 afirmaba que era posible la “reeducación” y hacer de todos los ciudadanos unos buenos soviéticos. La consecuencia es que desde los años 90 se va creando un hampa que se configura progresivamente como un orden clandestino, manifestado en mafias de poder, como en otros lugares ocurre con los “señores de la guerra”, las microcomunidades islamistas o las organizaciones surgidas fruto del inmenso negocio del narcotráfico, donde la dinámica final es la desconfianza y lograr imponer un orden. Este ejercicio de equilibrio de poderes e intereses tiene un trasfondo común del lenguaje de la amenaza y la violencia.
La histórica colaboración entre delincuentes y chequistas ha dejado huella, fomentada aún más por la necesidad de supervivencia. En Rusia, el “universo carcelario” ha modelado al resto de la sociedad. Para prosperar, lo esencial es estar bien conectado, y los clanes están en todos los dominios de la actividad, generando un nudo imposible de deshacer entre éstos, las estructuras de fuerza (policía, servicios especiales, ejército, ministerio público) y la burocracia. Como resultado, tras el colapso de la URSS, en todos los niveles se encuentran este modo de organización prepolítica que impide el desarrollo natural de un Estado moderno o una democracia avanzada. Para comprender la Rusia de Putin y la inclinación de los ciudadanos por los regímenes autoritarios, es necesario partir de esta realidad.
Como afirma la autora, una de las consecuencias sociales es que allí donde no hay noción de bien común, no hay tampoco noción de responsabilidad, lo que realimenta el sistema descrito. El riesgo es que el hampa se alce a la cima del Estado y lo sustituya. Pero en pocos años, los hombres del KGB van a lograr desplazar a muchos jefes del hampa en el control de estas actividades lucrativas. El caso del clan de San Petersburgo, ejerciendo la intervención sobre la economía, es uno de los ejemplos de este desplazamiento, y es donde aparece la figura de Putin, como un joven oficial de información, y es el origen de su ascenso en la carrera política, con el salto a Moscú, hasta nuestros días. No se trata de desarrollar la economía, sino de controlarla. Si la KGB creó oligarcas territoriales y sectoriales (materias primas, petróleo, industrias, servicios…), no se trata de acabar con ellos, sino de evitar subordinarse, logrando ser árbitro, fusionando “partidos” y asegurando -como élite o nueva nobleza- la reconstrucción de un Estado unitario, en lugar de una verdadera federación. La regla de oro se extiende en los ámbitos del poder y se va consolidando el sistema putiniano, integrando y dando dirección a gigantescos conglomerados económico-administrativos.
Pero el coste de la pacificación de Chechenia y las revoluciones de Georgia (2003) y Ucrania (2004) manifiestan la inestabilidad de la federación. Por esa razón, Thom muestra cómo sus protagonistas piensan en términos de relaciones de fuerzas, y cómo es constante el temor a que, sin un poder convenientemente encuadrado en las instituciones, esta arquitectura se muestre vulnerable y se pueda hundir con facilidad.
Una de las constantes narrativas del sistema es presentarse como un régimen de estabilidad, en contraste con el caos del hundimiento de la URSS. Una de las medidas es movilizar a la sociedad contra el enemigo exterior y aquellos que desde dentro siguen sus pautas, como si fuera una “quinta columna”. El resultado es una degradación de las relaciones de Rusia con los países de su frontera occidental, lo que contribuye a seguir con un régimen frágil a largo plazo. Esa movilización se expresa mediante la activación de una política de subversión en el exterior y en las zonas de influencia, con el deseo de disuadir a los europeos y norteamericanos de intrigar contra Rusia y sus problemas internos, forzándolos a atender a sus propias carencias. De ahí la insistencia por enfocar todos los esfuerzos diplomáticos en potenciar las debilidades de sus rivales.
Convergencia con Occidente
La originalidad del enfoque de Thom está en la llamada de atención a Occidente, precisamente, teniendo en cuenta la situación de sus sociedades y la decadencia de los valores. Con el título de ¿Una convergencia con Occidente? -último capítulo del libro-, se cuestiona cómo es posible el éxito de la predicación rusa. La respuesta la encuentra en la realidad de los fenómenos de la corrosión del Estado y del incremento desorbitado de la burocracia (en concreto la de Bruselas), así como la infantilización y la obsesión por la gratificación inmediata de las sociedades de consumo, potenciado con las redes sociales, con una clase política incapaz de pensar a largo plazo. La indiferencia por la verdad se expresa en unos medios que priman el relato sobre la realidad, y en una diplomacia que asume el “realismo” como indiferencia por lo justo o injusto. Incluso las grandes crisis internacionales se viven como entretenimiento, el sentido del peligro parece totalmente ausente, y lo trágico de la historia se borra de nuestra conciencia.
Si por causa del bolchevismo la civilización en Rusia está profundamente dañada, no lo es menos en Europa. Afirma la profesora Thom que, en los países occidentales, este sustrato civilizado está en trance de desmoronarse a gran velocidad, ante todo a causa del rechazo de nuestras élites a transmitir a las nuevas generaciones lo que constituye la cuna de nuestra civilización. Así que, lo que aparentemente se presenta como una crítica al régimen de Putin, se transforma en una inteligente reflexión sobre Occidente.
Conclusión
La investigadora Françoise Thom subraya que el Estado ruso sufre hoy las mismas debilidades que la URSS y que a lo largo de sus mandatos no hay un “Putin bueno” y un “Putin malo”. Como intenta demostrar, la causa de la degradación rusa es la obsesión de querer llegar a ser una potencia. El ensayo que presentamos es de enorme interés porque ayuda a comprender cómo los dirigentes rusos perciben el mundo, el Estado y la sociedad. Para un analista occidental, así como para los líderes de opinión, políticos y académicos, se trata de un difícil cambio de escenario. Desde una perspectiva del pensamiento geopolítico, se trata de hacer un ejercicio intelectual para proporcionar algunas claves que puedan entreabrir las puertas de un universo muy diferente del nuestro.
Ficha técnica
Cómo entender la Rusia de Putin
Comprendre le poutinisme
Françoise Thom
Editorial Rialp, 2019
Colección Historia y Biografías
189 páginas
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Gabriel Cortina, diplomado en Altos Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN), forma parte del equipo investigador del Centro de Seguridad Internacional del Instituto de Política Internacional.
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