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  • Centro para el Bien Común Global

El sistema regional Mediterráneo

Guillermo Abio Villegas 

  

Los sistemas regionales constituyen una de las formas más útiles para entender las conductas de los países y la lógica que siguen las relaciones entre éstos. El teórico William Wohlforth los define como una situación en la que el comportamiento de un miembro es necesariamente un factor en los cálculos del resto, y presupone a los actores que lo integran una competitividad que obliga a entender las relaciones internacionales desde posiciones de fuerza. Sirva, pues, el Mediterráneo como ejemplo de sistema regional en el que la fuerza (económica, militar, o diplomática), ocupa una posición central. Veinticinco años después del Proceso de Barcelona, lejos quedan las utopías, que desafortunadamente seguimos leyendo, que abogan por la creación de un espacio compartido de seguridad y prosperidad basado en la confianza mutua entre los actores. Los intereses contrapuestos se han abierto paso (en realidad, nunca se fueron), y el tablero que se dibuja hoy ante nuestros ojos dista mucho del entorno cooperativo que algunos se empeñan en creer viable. 


Situado en la frontera norte del llamado Crescent of Crisis de Brzezinski y Bernard Lewis, el Mediterráneo cuenta con múltiples focos de conflicto, entre los que cabe destacar la isla de Chipre y la rivalidad greco-turca, el sempiterno conflicto árabe-israelí, y a los que se han sumado en la última década las guerras en Libia y Siria, que han hecho de estas aguas las más militarizadas del globo. En un contexto global de aumento del gasto militar[1], numerosos estados externos al Mediterráneo se han visto atraídos a este escenario, pero por el momento, pese a los intentos de China e Irán, sólo EEUU y Rusia han sido capaces de comportarse como verdaderos actores estratégicos dentro del sistema. A ellos, hay que sumar los estados autóctonos que han tenido la voluntad y capacidad de, igualmente, comportarse como tal. Convergen así agentes con diferentes estrategias, capacidades y pesos, un fenómeno recurrente en las relaciones internacionales que alimenta la necesidad de buscar balanzas de poder con el fin de conseguir un equilibrio en el tablero y evitar el peor de los desenlaces posibles: el conflicto armado entre estados. La política de bloques que vemos hoy en el Mediterráneo, no es, por tanto, resultado del deseo de los estados ni algo que podamos achacar a uno o unos de ellos, sino producto de las necesidades que genera el propio sistema regional. 


Por otro lado, es evidente que ningún marco regional se da en un vacío y, por tanto, no puede comprenderse sin tener en cuenta el contexto más amplio. En este sentido, cabe remarcar que, a pesar de que China ya ha establecido su collar de inversiones en el Mediterráneo[2], ha sido más relevante para el sistema el giro estratégico estadounidense hacia Asia que ha conllevado una reducción de tropas en Oriente Medio, una redistribución de las mismas en Europa y, en general, un menor interés en actuar como último árbitro en los conflictos armados (Siria, Libia), pero que en ningún momento debe llevarnos a pensar que EEUU ha perdido su posición dominante en este mar. Solo hay que ver su papel en la ‘nueva diplomacia israelí’ hacia el mundo árabe, su rol en el histórico, pero insuficiente, acuerdo entre Serbia y Kosovo, o, sobre todo, el inigualable músculo económico y militar que sigue respaldando de fondo su diplomacia, para darse cuenta de la preponderancia que siguen ostentando los Estados Unidos. 


Uno de los brazos de los que se ha venido sirviendo Washington para mantener su presencia y hegemonía en la región es, como es bien sabido, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una entidad que, especialmente tras el fracaso de su iniciativa en Libia en 2011 bajo el paraguas de la ONU, se ha enfrentado a muchos problemas para postularse como un actor estratégico con una voz única. A día de hoy, la encrucijada en la que se encuentra a raíz de las tensiones greco-turcas y del desencuentro entre París y Ankara por las acciones de esta última en el Alto Karabaj, son buenos ejemplos para ilustrar esta carencia posiblemente estructural. Algo similar sucede a la propia Unión Europea, que también tiene que lidiar con posturas divergentes de sus miembros que dificultan de forma notable su acción exterior. Sirvan como ejemplo Italia y España con respecto a la (no)renovación de la Operación SOPHIA, o a la congruencia de los sistemas defensivos emplazados en Turquía con el embargo de armas al país otomano por sus acciones en Siria. A esto se añade la falta de un ejército propio, y la constante necesidad de apoyarse en ejércitos nacionales de sus miembros o en fuerzas OTAN. 


En cuanto a España, ilustres geógrafos como Manuel de Terán han afirmado que el país no tiene una personalidad europea ni africana, sino mediterránea, dando buena cuenta de la importancia de este mar para nuestros intereses nacionales. En efecto, durante la Edad Media y Moderna, nuestro país ejerció una influencia decisiva en sus aguas orientales, y éstas, a su vez, la ejercieron sobre la política exterior de múltiples monarcas y hombres de estado. Pero a pesar de su condición de vector irremplazable, no ha escapado a un repliegue estratégico español que inevitablemente ha desembocado en atrofiamiento. La incidencia de la España de hoy en el Mar Mediterráneo es escasa y viene enmarcada en gran parte dentro de marcos multilaterales como la OTAN y la Unión Europea, por lo que la incapacidad de éstas es, lamentablemente, la incapacidad de España. Por lo dispuesto por el azar geográfico, España siempre se ha visto y se verá afectada por los desarrollos en este mar y habrá de buscar soluciones a los problemas que éste plantea. Eso sí, con menos recursos que antaño. 


Es en este contexto en el que se enmarcan diferentes tensiones que han situado el foco de mayor interés para el gran público en la ribera oriental mediterránea. Parece oportuno comenzar con aquellas situaciones que hace tiempo rebasaron la etiqueta de ‘tensiones’, el famoso umbral de la zona gris, para convertirse en claros conflictos armados: Siria y Libia. Aunque ambas puedan tener apariencia de guerras civiles, cualquier análisis con rigor ha de tener en consideración que se trata de confrontaciones entre potencias y, al menos en la práctica, de conflictos internacionales a través del mecanismo bélico de moda: las guerras por delegación o proxy wars. En ambos escenarios, en el primero más que en el segundo, queda patente la nimiedad estratégica que sufre la Unión Europea, con Rusia y Turquía como actores más asertivos, y partes que, independientemente del desenlace, tendrán su voz en éste. En Siria, la confrontación parece haber llegado a un punto de difícil solución, pero cercano a una conclusión favorable al gobierno de Bashar Al-Assad y sus socios Rusia e, importante también, Irán. El impasse en el que se encuentra el conflicto, fruto, por cierto, de un acuerdo entre Moscú y Ankara sin necesidad de la UE ni la OTAN, es extremadamente oportuno para ambas potencias que ahora priorizan otros escenarios además de la lucha contra la COVID-19: Bielorrusia, Alto Karabaj, Libia, o disputas marítimas respectivamente. Se evidencia, por tanto, una capacidad única e inigualable de Rusia y Turquía para dictar los tiempos en Siria. 


Por otro lado, en Libia, opuesto al tono optimista que muchos analistas han adoptado a raíz de las recientes conversaciones entre ambos bandos, parece más coherente seguir tachando de altamente improbable la consecución de una solución política. El escollo más difícil será conseguir poner de acuerdo a dos bandos con visiones tan diferentes para el futuro de su país que llevan años enfrentados. En caso de conseguirlo, la única solución pactada que podemos imaginar es una hoja de ruta similar a lo visto en Mali: un gobierno provisional a los mandos del país hasta la celebración de elecciones. Observando la trayectoria de iniciativas similares en la región (incluso en la propia Libia), cabe preguntarse hasta qué punto éstas serían garantía de estabilidad para el país en el medio plazo. Además, no serán sólo las voluntades de ambos bandos nacionales las que dictaminen el futuro del conflicto. A esta compleja relación debemos añadir las visiones de Rusia, EAU o Turquía, que seguro tampoco serán sencillas de conciliar. 


Pero sería un error por nuestra parte presentar la situación en el Mediterráneo oriental compartimentada en frentes inconexos entre sí. Ninguna de las acciones, ni en Siria ni en Libia, se comprende sin mirar a la estrategia regional más amplia de los actores implicados. 


El principal proyector de poder, EEUU, atraviesa una época de replanteamiento y reorganización de su postura (incluso se ha especulado últimamente con la reubicación del Comando de África a Rota[3]) apoyado en un perfil político-militar más bajo que en otras épocas. Prueba de su poder es que esta coyuntura no le ha impedido mantenerse presente sobre el terreno, e incluso incrementar sus efectivos en las últimas semanas[4] en Siria, seguir nutriendo de armamento a Marruecos, acercar las posturas entre Serbia y Kosovo, ejercer de mediador entre Líbano e Israel para la delimitación de sus fronteras marítimas, o jugar un papel fundamental en el reconocimiento de Israel por parte de países árabes (EAU, Baréin). Especialmente significativa es la firma del primero, un país en alza dentro del bloque suní (papel muy activo en Libia, acreedor fundamental para Egipto, con personalidad para salir de Yemen pese a la desaprobación de Riad, etc.) que vuelve a concretar su cada vez más elevado perfil regional. Aún está por ver el impacto real que tendrá el acuerdo, pero en principio abre oportunidades comerciales interesantes[5] y refuerza la solidez de un bloque estratégico cada vez más asentado en el que se incluyen también EEUU e Israel. Sin embargo, simultáneamente y fruto en gran parte del famoso ‘imperial overstretch’ de Paul Kennedy, Washington ha perdido peso en múltiples escenarios, llegando incluso a mostrarse incapaz de defender a sus socios regionales como es el caso de los kurdos en Siria, o de Egipto en las negociaciones con Etiopía por la GERD, que la Administración Trump trató de liderar sin éxito. 


Esta pérdida de peso relativo por parte de la principal potencia genera en cualquier sistema un vacío muy suculento para aspirantes y, en el Mediterráneo, ha sido Rusia la que se ha llevado a casa una mayor parte del pastel. El Kremlin ha aprovechado la oportunidad para asentar su presencia avanzada en el Mediterráneo, con bases en Siria y Egipto, y reforzar su imagen de actor efectivo a la hora de proteger a sus aliados regionales. Su involucración activa y duradera en Siria y Libia, con resultados, al menos en la primera; el mantenimiento de relaciones cercanas con Argelia en la era post-Bouteflika; su capacidad de alejar a Egipto del bloque suní en Siria, opuesto a Irán y al-Assad; sus buenas relaciones con Chipre o Israel; o su habilidad de negociar con Turquía desde posiciones de fuerza, postulan a Rusia como un agente con capacidad de hablar con un abanico inigualable de homólogos. La guinda a su estrategia de flexibilidad diplomática podría ser conseguir jugar un papel activo en la rebaja de tensiones entre Atenas y Ankara, algo que, a buen seguro, el Kremlin perseguirá[6]. El tercer eje de la estrategia rusa en su flanco meridional viene dado por su expansión en África, un continente objetivo para otras potencias en auge como China o Turquía, y donde Rusia ya es el primer proveedor de armas[7]. Precisamente este papel de suministrador de tecnología militar, junto con importantes contratos vinculados al sector energético, han formado los axiomas sobre los que se ha apoyado la política rusa en el continente africano. Esto se añade a la ya mencionada proyección militar en los estados ribereños del Mediterráneo (Argelia, Egipto, Siria, Libia, etc.), y a su aumento de influencia en Oriente Medio, como principales herramientas del Kremlin en su flanco sur. Pero, al igual que con Estados Unidos su posición de líder regional no debe impedirnos ver su pérdida de poder relativo, con Rusia, su aumento de peso geopolítico es compatible con unas limitaciones considerables que hay que tener presentes. Fundamentalmente, en cuanto a músculo económico y a la presencia de un vecindario cercano relativamente problemático, repleto de conflictos congelados (Osetia del Sur, Alto Karabaj, Abjasia, Transnistria, etc.) y tensiones sociales con estallidos esporádicos (revoluciones de colores), que obliga a Moscú a mantenerse implicado. 


En paralelo a este refuerzo de la posición rusa, venimos leyendo hasta la saciedad que Turquía ha adoptado una política asertiva en su vecindario que le ha costado el aislamiento. Efectivamente, algo de cierto hay en estas conclusiones. Un aumento considerable del gasto militar apoya de fondo la retórica cada vez más agresiva de la administración Erdogan, que ha llevado a que redescubramos el término “neo-otomanismo”, que seguramente resulta excesivo y no hace justicia a lo que persigue Turquía, pero que da muestras de la creciente preocupación y desconfianza que el país está despertando en el bloque occidental, particularmente en la Unión Europea, al presentarse como un actor ‘revisionista’ del status quo. Lo cierto es que Ankara está buscando diferentes ejes donde ganar influencia y, a su expansión en África y las ya referidas intervenciones en Siria y Libia, debemos añadir su importante papel en el histórico acuerdo entre Hamas y Fatah para la realización de elecciones como respuesta a la actividad diplomática israelí[8], y su participación, según escribimos estas líneas, en la ofensiva azerí de los últimos días sobre el Alto Karabaj[9]. A su vez, el país turco está inmerso en diversas disputas con Bruselas, entre las que destaca la competición por las zonas económicas exclusivas (ZEE) del Mediterráneo oriental y su energía. Es conocido por todos que Turquía firmó con el Gobierno libio de Acuerdo Nacional (reconocido por NNUU) una delimitación de las fronteras marítimas que choca de frente con la que, todo sea dicho, meses después, acordaron Grecia y Egipto. 


La disputa nace de dos problemas subyacentes: la particularidad geopolítica que constituye la existencia de islas griegas a menos de cinco kilómetros de la costa turca, y la división de facto que sufre la isla de Chipre. En este sentido, Ankara atribuye a la República Turca del Norte de Chipre (sólo reconocida de jure por la propia Turquía) derechos de explotación marítima, mientras que el estado de Chipre denuncia, con todas las de la ley, injerencias turcas en sus aguas. En cuanto a los problemas presentados por la presencia de islas griegas, el país otomano entiende que le encierran y le privan de su proyección marítima natural, por lo que éstas no deberían disfrutar de ZEE más allá de sus aguas territoriales. Bajo estas premisas, más fundamentadas en un intento de tomar la justicia por su mano que en la legislación marítima internacional, Turquía ha mandado varios buques de exploración a aguas que tanto Chipre como Grecia consideran propias, contribuyendo de forma notable a generar varias situaciones de tensión militar en aguas mediterráneas, y llevando a la OTAN a introducir por necesidad un novedoso mecanismo de comunicación entre ambas capitales. Nos responde Ibrahim Kalin, asesor de Erdogan, en una ponencia para el European Council on Foreign Relations: “Cierto, pero fue Grecia quien firmó contratos y entregó licencias para aguas que estaban en disputa. Nosotros nunca hemos hecho eso, y, aun así, seguimos abiertos al diálogo”. Aquí, como en todo, la historia depende del cuentacuentos. 


Y en estas, llegó (¿llegó?) la Unión Europea. La respuesta disuasoria comunitaria se ha manifestado únicamente en términos económicos (sanciones), sin una dimensión militar que se antojaba imprescindible, y que, afortunadamente, han añadido Italia y, sobre todo, Francia[10], ambos con intereses económicos muy concretos que defender para sus petroleras ENI y TOTAL respectivamente. La situación no es comparable a la de Libia por no haber llegado a convertirse en conflicto armado, pero la solución, aquí también, se antoja complicada. Ya hubo intentos de buscar una solución pactada el año pasado, pero las reuniones Erdogan – Mitsotakis no fructificaron en la reapertura de las rondas de negociación que llevan estancadas desde 2016, por lo que nada parece indicar que ahora sí vayan a funcionar. Además, la predisposición turca a entablar negociaciones de la que se ha hablado estas últimas semanas, parece haberse enfriado tras nuevas sanciones comunitarias a empresas turcas por sus actuaciones en Libia. La Unión Europea entiende que no debe hacer concesiones en este sentido a Turquía para que ésta se siente a negociar: una solución negociada debería, aquí sí, constituir una prioridad para Ankara. 


Si unas hipotéticas conversaciones se diesen, lo primero que habría que definir es qué actores participarían en ellas: ¿se volvería a intentar con Alemania como mediador? ¿Se incluirían otros implicados como Israel o Egipto? ¿Y Chipre? ¿Tendría Rusia algún tipo de papel? ¿Y la UE? Sea como sea, otras cuestiones, particularmente la situación en Libia, la política migratoria de Turquía en su frontera con Europa (herramienta de presión recurrente), y las sanciones al país otomano, afectarán todos los cálculos. Sin embargo, aquí también hay que ser cautos y ser conscientes de que, como ya se ha mencionado, la situación está lejos de alcanzar la normalidad. Además de los participantes, el propio contenido de las negociaciones también es razón de desacuerdo. Mientras Turquía busca incluir la desmilitarización de las islas griegas más cercanas a su costa (en particular, Kastillorizo), Grecia exige que las conversaciones se limiten al reparto de aguas, por lo que encontrar un punto de acuerdo que no traspase las líneas rojas de ninguno de los países implicados se postula como una quimera y un reto mayúsculo para la estabilidad en la región. 


Turquía se está topando con el rechazo frontal de un peso pesado en la región como es Francia. París ha puesto su ojo en el Mediterráneo oriental, donde ha llegado incluso a enviar buques militares, en gran parte motivada por sus intereses económicos que van más allá de los contratos de explotación de TOTAL en aguas chipriotas. El país galo ha aumentado sus ventas armamentísticas[11] y se ha servido de las tensiones regionales, que ella misma ha contribuido a alimentar, para enviar aviones de combate Rafale y demás equipamiento militar a países de la región como Egipto, Grecia o Qatar, principal socio, por cierto, de Turquía. Buenos contratos (hasta 2 billones de euros el último con Grecia) e importantes logros diplomáticos para la administración Macron. Precisamente ese músculo diplomático es otra de las bazas que está jugando Francia en la región ¿Quién estuvo ahí el primero cuando una explosión devastó Beirut? Macron ¿Quién ha llevado el peso en el proceso de formación de un nuevo gobierno en Líbano? A pesar del fracaso[12], Francia. Por cierto, un nuevo gobierno que tendrá la difícil misión de invertir la tendencia económica y redinamizar Beirut, un proceso donde, sorpresa, Francia también apunta a ocupar un papel fundamental. 


La concepción geopolítica francesa del Mediterráneo quedaría incompleta si nos ceñimos a los estados puramente ribereños y no profundizamos en el flanco sur incluyendo el Sahel. Este cinturón de países sufre desde hace años una inestabilidad preocupante (véase el reciente golpe de estado en Mali) que numerosos estados, particularmente Francia, se están esforzando en contener. También España[13] o Italia juegan su papel más modesto en la estabilización de la región. La política mediterránea se ve constantemente impactada por la cercanía geográfica con el Sahel, como bien nos sugiere el profundo impacto que tiene la condición de Marruecos de país de tránsito para la migración saheliana en sus relaciones con Europa, o el papel central de la GERD en la diplomacia regional egipcia estos últimos meses. De esta falta de estabilidad, además, surgen fundamentalmente dos problemas a ojos de los países mediterráneos: en primer lugar, flujos considerables de migración, con picos que generan situaciones realmente caóticas y una tendencia demográfica alarmante que no invita al optimismo a largo plazo, y, en segundo lugar, una situación social que es caldo de cultivo para grupos terroristas. La tendencia al alza del terrorismo[14] es, sin duda, una noticia nefasta para la región y sus alrededores, pero podría ser peor para la cuenca mediterránea. 


En la vertiente occidental, tanto Marruecos como Argelia están inmersos en un proceso de militarización, fruto de una lectura renovada de la situación regional, que ha reforzado su seguridad nacional y ha entorpecido la expansión hacia sus desiertos meridionales de grupos terroristas. Ambos países tienen décadas de experiencia en materia de lucha antiterrorista y colaboran estrechamente con España en este ámbito (tres visitas de Marlaska a Argelia desde que ocupa la cartera de Interior). Como resultado del refuerzo de la seguridad, estos grupos han encontrado su propagación en los estados más débiles del Golfo de Guinea, alejando así su epicentro de acción del Magreb, donde sólo al-Sisi utiliza el terrorismo como justificación del estado de emergencia que lleva declarado más de tres años ininterrumpidamente en Egipto. 


En cuanto a Marruecos y Argelia, no es difícil vislumbrar el reto estratégico que supone para España esta carrera no sólo armamentística, sino también diplomática. Marruecos fue el primer estado en reconocer al nuevo gobierno en Mali, está albergando las conversaciones entre el GNA y NLA libios, y planteándose la posibilidad de reconocer a Israel. En Argelia, el próximo mes de noviembre se votará un cambio constitucional que, entre otras cosas, autorizará a las FFAA del país a participar en misiones de mantenimiento de la paz de NNUU, la Unión Africana o la Liga Árabe, y también tuvo hace unos años un papel importante en el conflicto Mali-Azawad con la firma de los acuerdos de Argel. El inicio de la era Tebboune pareció abrir esperanzas de un acercamiento de posturas con Marruecos y el bloque occidental, pero nada más lejos de la realidad. Se ha seguido una línea continuista con aspiraciones regionales importantes, Rusia como principal socio militar, y China, económico. 


Conclusiones 

Las duraderas guerras en Libia y Siria, las tensiones entre Turquía, Grecia y Chipre, los movimientos diplomáticos israelís, o el aumento en gasto militar de Argelia y Marruecos, dibujan un panorama dinámico y de alto interés geopolítico en el Mediterráneo. Estados Unidos, inmerso en una reinterpretación de su gran estrategia global, mantiene la hegemonía en la región a pesar de una evidente pérdida de peso relativo, que ha abocado a Rusia, Turquía y Francia a incrementar su perfil geopolítico y adoptar un papel más determinante en los conflictos regionales. La Unión Europea, falta de acuerdo entre sus miembros y de herramientas, sigue mostrándose incapaz de imponer sus ritmos y de participar de manera más activa en los conflictos de su vecindario. España se encuentra ante este difícil panorama en su frontera inmediata y sin perspectivas de querer atajarlo, más bien a remolque de los acontecimientos y con una opinión pública totalmente desconectada. Tenemos la urgencia de potenciar la cultura estratégica en nuestro país; no seré yo el primero en descubrirlo. 


Por otro lado, la lección fundamental que nos enseña el Mediterráneo de hoy es la complejidad que acarrea la búsqueda del multilateralismo. “La tierra prometida” para muchos, ha demostrado sus debilidades y su ineficacia en un sistema con diversos focos problemáticos; requiere de estabilidad en todas sus patas para funcionar, algo muy difícil. Siendo realistas, el bilateralismo se presenta como una vía más efectiva sobre la que plantear una estrategia mediterránea, a pesar de la devoción de algunos actores por la vía multilateral. 

  

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Guillermo Abio Villegas, colaborador del Centro de Seguridad Internacional del Instituto de Política Internacional. 

  

[1] STOCKHOLM INTERNATIONAL PEACE RESEARCH INSTITUTE, (2020, 27 de Abril). Global military expenditure sees largest annual increase in a decade—says SIPRI—reaching $1917 billion in 2019. Recuperado de: https://www.sipri.org/media/press-release/2020/global-military-expenditure-sees-largest-annual-increase-decade-says-sipri-reaching-1917-billion 

[2]  MULLER-MARKUS, C., (2016). China Moors in the Mediterranean: A Sea of Opportunities for Europe? CIDOB. Recuperado de: https://www.cidob.org/en/publications/publication_series/notes_internacionals/n1_156/china_moors_in_the_mediterranean_a_sea_of_opportunities_for_europe 

[3] ALANDETE, D., (2020, 14 de septiembre). EE.UU. se plantea trasladar su mando militar para África a la base de Rota. ABC. Recuperado de: https://www.abc.es/espana/abci-eeuu-plantea-trasladar-mando-militar-para-africa-base-rota-202009132144_noticia.html 

[4] MEMO, (2020, 26 de septiembre). US continues to reinforce military bases in Syria. The Middle East Monitor. Recuperado de: https://www.middleeastmonitor.com/20200926-us-continues-to-reinforce-military-bases-in-syria/ 

[5] NO CAMELS, (2020, 23 de septiembre). Mobileye inks deal with UAE conglomerate to roll out autonomous vehicles in Dubai. No Camels. Recuperado de: https://nocamels.com/2020/09/mobileye-uae-autonomous-vehicles-dubai/ 

[6] Associated Press, (2020, 08 de septiembre). Rusia dispuesta a ayudar a reducir tensiones Grecia-Turquía. 20Minutos. Recuperado de: https://www.20minutos.com/noticia/285710/0/rusia-dispuesta-a-ayudar-a-reducir-tensiones-grecia-turquia/ 

[7] GUZMÁN, O., (2020, 02 de junio). Rusia primer proveedor de armas en África. ElMundo.cr. Recuperado de: https://www.elmundo.cr/mundo/rusia-primer-proveedor-de-armas-en-africa 

[8] AFP, (2020, 24 de septiembre). Hamás y Fatah acuerdan elecciones palestinas en “un plazo de seis meses”. Swissinfo. https://www.swissinfo.ch/spa/ham%C3%A1s-y-fatah-acuerdan-elecciones-palestinas-en–un-plazo-de-seis-meses-/46055804 

[9] ROBLIN, S., (2020, 28 de septiembre). Turkish Drones Over Nagorno-Karabakh—And Other Updates From A Day-Old War. Forbes. Recuperado de: https://www.forbes.com/sites/sebastienroblin/2020/09/28/turkish-drones-over-nagorno-karabakh-and-other-updates-from-a-day-old-war/#1c51d0d470da 

[10] DE MIGUEL, B., et al., (2020, 28 de agosto). Cuatro países europeos inician maniobras militares en el Mediterráneo ante la creciente tensión con Turquía. El País. Recuperado de: https://elpais.com/internacional/2020-08-26/cuatro-paises-europeos-inician-maniobras-militares-en-el-mediterraneo-ante-la-creciente-tension-con-turquia.html 

[11] ROMERO, M., (2020, 03 de septiembre). El comercio de armas crece un 5,5% en el mundo y Francia aumenta sus exportaciones. France24. Recuperado de: https://www.france24.com/es/20200309-comercio-armas-crecimiento-2019-eeuu-francia 

[12] EURONEWS (2020, 26 de septiembre). Lebanese prime minister-designate resigns over failure to form new government. Euronews. Recuperado de: https://www.euronews.com/2020/09/26/lebanese-prime-minister-designate-resigns-over-failure-to-form-new-government 

[13] EFE, (2020, 24 de septiembre). Francia celebra que España reforzará significativamente su presencia en Mali. La Vanguardia. Recuperado de: https://www.lavanguardia.com/politica/20200924/483645421151/francia-celebra-que-espana-reforzara-significativamente-su-presencia-en-mali.html 

[14] URTEGA, D., (2020, 24 de febrero). El OIET advierte del incremento del terrorismo en el Sahel. Atalayar. Recuperado de: https://atalayar.com/content/el-oiet-advierte-del-incremento-del-terrorismo-en-el-sahel[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row] 

 

 

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