Ignacio Cosidó
El dilema estratégico al que se enfrenta hoy la Unión Europea es existencial: o Europa es capaz de garantizar su propia seguridad o corre el riesgo de desaparecer. Los europeos hemos vivido confortablemente durante cinco décadas bajo el paraguas de seguridad americano. Pero hoy ese paraguas se está plegando precisamente cuando arrecia la lluvia. Si la Unión no es capaz de proporcionar seguridad a sus miembros y a sus ciudadanos fracasará como proyecto histórico. Por el contrario, un proyecto de seguridad ambicioso y eficaz es hoy un instrumento decisivo para garantizar la cohesión y reforzar la legitimidad del proyecto de unión.
El desenganche de Estados Unidos de la seguridad europea es una tendencia sostenida que se mantendrá en los próximos años, independientemente de quien habite la Casa Blanca. Por un lado, los norteamericanos entendieron que tras la desaparición de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría sus intereses de seguridad se trasladaban del Atlántico al Pacífico. Esa tendencia se ve hoy reforzada por la creciente rivalidad estratégica con China. Por otro lado, se ha producido durante la última década en Estados Unidos un retraimiento estratégico como consecuencia de un cansancio de liderazgo. El coste, no solo económico, de mantener su supremacía mundial ha llevado a centrarse más en los problemas internos, que no son pequeños, que en los conflictos en el resto del mundo, especialmente cuando estos no afecten directamente a su interés nacional. Este repliegue afecta también a su relación con Europa. (Seguir leyendo)
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