Ana Ortiz de Obregón
Europa está atravesando varias crisis simultáneas que están poniendo de manifiesto su vulnerabilidad que tiene parte de su origen en las políticas cortoplacistas e incluso, oportunistas que se desarrollan en asuntos estratégicos y que, además de afectar a la economía de los países, tiene su influencia en el ámbito geoestratégico. El ejemplo más visible está relacionado con la crisis energética agudizada por la invasión de Ucrania por parte de Putin. Si el primer efecto ha sido la falta de visión sobre algo tan fundamental como la cuestión energética, dejada durante años a la confianza de la ‘buena vecindad’ de Rusia, o basada en ‘políticas verdes’ poco eficaces, en este momento, Europa atraviesa la peor sequía desde los últimos 500 años de historia, provocando un abanico de problemas que agravan la delicada situación económica que atraviesa el continente y que son un indicio de lo que sucederá en los próximos meses.
Es ahora cuando Europa comienza a caer en la cuenta de que el agua (dulce) es un bien tan estratégico como vulnerable, por tratarse de un elemento natural y cuya gestión requiere una visión hidropolítica por el valor geoestratégico que tiene. Sin embargo, al igual que ocurre con la energía, Europa está evidenciando que adolece de una política común que contemple su gestión, distribución, conservación y uso. Europa tiene ante sí el reto de asumir que el agua dulce es un elemento trascendente y transversal, que requiere de planes de gestión que armonice su valor político, económico, sanitario, social e incluso, cultural. (Seguir leyendo)
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Ana Ortiz de Obregón, periodista y analista del Centro de Seguridad Internacional (CSI) de la Universidad Francisco de Vitoria. Experta en Relaciones Institucionales Internacionales. Especialista en asuntos Sociosanitarios y en Sociedad Digital.
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