Román D. Ortiz
Mientras los Talibán disfrutan de sus primeros días como nuevo gobierno del Emirato Islámico de Afganistán y ponen en marcha una rápida transición para devolver a su país a la Edad Media, televisiones y redes sociales no dejan de bombardear a la opinión pública internacional con imágenes de los insurgentes posando con el flamante equipo capturado a las extintas fuerzas armadas del país centroasiático, desde armamento ligero hasta helicópteros. Son los restos de la ayuda donada por EE.UU. con la vana esperanza de construir un aparato militar capaz de apuntalar al gobierno pro-Occidental de Kabul y también el símbolo del naufragio de uno de los mayores esfuerzos de cooperación de seguridad alguna vez desarrollado por EE.UU. y sus aliados de la OTAN. Dos décadas de trabajo, más de 83 mil millones de dólares y varios miles de bajas no han sido suficientes para crear un Ejército Nacional Afgano capaz de mantenerse en pie por sí mismo y, aun menos, contener la embestida de los fundamentalistas.
Se trata un abrumador fracaso en la historia de la asistencia militar estadounidense, pero no el único. Antes de ver a las tropas afganas abandonar sus posiciones en masa, se vio hacer lo mismo a la guarnición iraquí de Mosul frente al asalto del Estado Islámico en 2014. Mas allá de estos casos recientes, el número de fiascos se incrementa a medida que la mirada se mueve hacia atrás. Ahí está el fallido intento por modernizar las fuerzas armadas libanesas en los años 80 o el hundimiento del ejército de Vietnam del Sur a mediados de los 70. (Seguir leyendo)
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