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OTAN y Europa: Quo Vadis?

Enrique Fojón Lagoa 

  

Es conocido que Europa ha llegado tarde a la actual “Competición entre Grandes Potencias” y sigue aferrada a una introversión, por problemas propios, que lastra su capacidad de actuación en el contexto geopolítico, un ámbito cuya mutación va a gran velocidad, a la vez que su territorio es rodeado por una zona de gran inestabilidad estratégica. 

El contexto geopolítico global viene altamente influenciado por sus drivers, uno de los cuales es la política exterior de los Estados Unidos, que es lo mismo que decir la política exterior del presidente Trump. Se considera que, por anunciado, elemento esencial de esa política es la competición con China y la consiguiente reorientación del posicionamiento militar americano, lo que implica la salida de Siria, el repliegue de Afganistán y una reevaluación del papel de Estados Unidos en la OTAN. 

Concretamente el trumpismo aplicado a Europa varía por regiones. En Europa del Este apoya a los regímenes menos europeístas y trata de contrarrestar la influencia energética rusa mediante las exportaciones americanas de gas licuado. Para Europa Occidental su actuación es más de confrontación, el reproche de su abulia por su aportación en OTAN, el reproche a Alemania de su dependencia energética de Rusia, materializada en el “Nord Stream”, los desacuerdos comerciales y sobre Irán. Mucho de esto lo puso de manifiesto bruscamente en la Cumbre de la OTAN de Bruselas del 2018, aunque después vino la “sordina” del secretario Mattis. 

Tras el sorpresivo anuncio de la retirada de Siria, el 19 de diciembre, y la consiguiente dimisión de Jim Mattis como Secretario de Defensa, parece marcar el fin de un periodo  de la administración Trump en que, a duras penas, se mantenía la apariencia de continuidad, a grandes rasgos, de la política exterior sus predecesores, algo que han desmentido las “purgas” llevadas a cabo en su administración que ahora parece estar en sintonía con la política del Presidente y que, probablemente, la haga más predecible, algo que, a su vez, probablemente favorecerá las sinergias que desestabilizarán del Orden Liberal. 

En estas circunstancias, el 15 de enero el New York Times (NYT) publicaba que, durante el año anterior el presidente Trump había expresado su deseo de retirar a Estados Unidos de la Alianza Atlántica argumentando que, para su concepción del contexto internacional, era un consumidor neto de recursos estadounidenses. El NYT añadía que la ruptura del “vínculo trasatlántico” sería una gran victoria para el presidente ruso Vladimir Putín, afectaría a la seguridad europea y al Orden Internacional. Al comprobar que el presidente podría actuar en ese sentido, su equipo de Seguridad Nacional hace esfuerzos para mantener a Estados Unidos en la OTAN. La forma en que puede hacerlo pasa desde la denuncia del Tratado del Atlántico Norte, hecho improbable por tener que contar con las Cámaras, a la retirada de las tropas norteamericanas del continente, aspecto este último que el presidente Obama ya redujo sustancialmente. 

La contestación a lo anunciado por el NYT la efectuaba en el mismo diario el 18 de enero, la Ministra de Defensa alemana Úrsula von der Leyen que, de esta manera, se erigía en la portavoz europea frente a Trump. Tras elogiar a la OTAN y a su éxito histórico, pasaba al hecho más prosaico de que los países europeos habían incrementado sus gastos de Defensa aunque todavía lejos de lo acordado en la Cumbre de Gales del 2014. Afirmaba que Alemania había incrementado su presupuesto en un 36% desde que ella está en el cargo, pero reconocía su insuficiencia. 

Der Leyen obviaba el hecho de que el centro de la política global ha emigrado a Asia- Pacífico y que Europa se ha escorado hacia el margen. Muestra de ello es cuando asegura que la OTAN proporcionaba “fiabilidad a un mundo incierto”, a la vez que daba garantías para el cumplimiento en el caso de un hipotético Articulo 5. Ofrecía a la OTAN una Europa más integrada militarmente “si los miembros de la UE tienen éxito en armonizar tanto su planeamiento como sus presupuestos”. 

Esa condicionalidad de la alusión a un futuro “Ejército Europeo” quita solidez al futuro compromiso, a la vez que plantea dudas de viabilidad, pues la OTAN es una alianza de estados, no de organizaciones. Terminaba su alegato con algo más que discutible, al aludir a que la OTAN significa la vigencia de un orden basado en el Derecho Internacional. 

La contestación de Leyen abunda en argumentos obsoletos y en una postura alemana difícil de justificar al haber renunciado Berlín, durante mucho tiempo, a un liderazgo compatible con su poder económico. Para ello, Alemania ha alegado diversos motivos, entre otros el que statu quo europeo podría resentirse en ese caso al sacar a pasear fantasmas del pasado. 

La realidad es que el orden resultante del fin de la Guerra Fría se ha diluido y el nuevo aún no se ha conformado. Trump actúa contra la multilateralidad fosilizada, algo consustancial a un orden de Power Politics, véase sus amenazas a Turquía, un aliado OTAN. La competición mundial está establecida en los ámbitos tecnológico, económico y militar para obtener la supremacía y en estos aspectos los países europeos van por detrás de China y USA y, en el plano militar, también detrás de Rusia, aunque la superan en presupuesto de Defensa. Expresado de otra forma, si se considerase a la UE como actor internacional, se comprobaría que no participa en la competición, o lo que es lo mismo, que no posee “autonomía estratégica”. 

En un momento de crisis interna en la UE, Alemania parece que algo tiene que decir y hacer. En este sentido, el 19 de enero, el Financial Times (FT) publicaba un artículo titulado “El dilema de la Defensa alemana, el relevo de un avión de caza” en el que presentaba la situación que se vive en estos momentos, pues el “dilema” es si Alemania quiere ser, o no, una potencia militar. La necesidad de renovar los aviones Tornado de la Luftwaffe, lo que representa la inversión de decenas de millardos de euros, fuerza a una decisión que implica a Berlín, la UE y a los Estados Unidos. La elección se plantea entre adquirir el Eurofighter, fabricado por empresas europeas, o algunos aviones fabricados por Estados Unidos como son el F-35A, el F-15E o el F/A18E/F. Si Alemania adquiere uno u otros afectará bien a la cohesión europea y a su industria de Defensa o bien a la Alianza Atlántica y a la relación germana con los Estados Unidos. 

En las condiciones actuales toman cuerpo los dos motivos por los que Trump censuró a Alemania, su debilidad militar y el superávit de su balanza de pagos con Estados Unidos, a lo que hay que añadir la política energética ruso-alemana materializada por el “Nord Stream” y la oposición a las sanciones a Irán. La solución que se plantea en FT es adquirir “algunas docenas de aviones estadounidenses” a la vez que Eurofighters algo que, teóricamente, contentaría a ambas partes. 

El diario FT también especula con que la opción doble es la decisión más probable del gobierno de Merkel, con la intención de contentar a ambos bandos, algo que se antoja difícil. Pero varios asuntos de la mayor importancia están en juego. Por una parte, los aviones a sustituir tienen el cometido de emplear las armas nucleares americanas desplegadas en Büchel, Alemania, como parte de un acuerdo OTAN. El avión de reemplazo tendría que ser certificado por Estados Unidos y el Eurofighter es dudoso que pase el examen. Eso afectaría a la credibilidad alemana y a su capacidad para participar en la disuasión nuclear OTAN. 

Por otra parte, si Alemania elige el F-35 daría un salto en su capacidad aérea pues es un avión de quinta generación, mientras que el Eurofighter es de cuarta. Otros países europeos ya han adquirido el F-35, como el Reino Unido, Bélgica, Holanda e Italia, además otro aliado OTAN es candidato a su adquisición que es Turquía. 

El problema que se plantearía en Europa, tanto en el ámbito de la Defensa cono de su Industria, es la definición del Proyecto inicialmente franco-alemán “Futuro sistema aéreo de combate”, previsto para entrar en servicio en 2035, si va a ser un avión de quinta o de sexta generación, elemento que se ha concebido como esencial para el futuro autóctono de la Industria de Defensa europea. 

Como referencia valorativa hay que señalar que la sexta generación ha comenzado ya a diseñarse en Estados Unidos basada en el Concepto Operativo “Air Force Penetrating Counter Air” que está analizando elementos como aviones no tripulados, aviones de ataque hipersónicos, inteligencia artificial, láseres, guerra electrónica y sensores integrados en el fuselaje del avión. Son todas áreas de la exploración tecnológica actual de la Fuerza Aérea, ya que comienzan los primeros prototipos para un nuevo avión de combate de sexta generación, que entraría en servicio entre los años 2030 y 2040, plazo en que se estima que estaría en servicio el futuro avión europeo. 

Para Alemania se presenta la tesitura de convertirse en potencia militar, asumiendo el gasto necesario, actualizando sus capacidades militares mediante la innovación tecnológica, así como su participación en la disuasión nuclear aliada. Este hecho significaría un cambio profundo del protagonismo de Alemania en el mundo que había que explicar a, y asumir por, el pueblo alemán. Tarea difícil pues la sociedad alemana, como el resto de la Europa Occidental, ha sido imbuida del soft power como si tuviese sustantividad, cuando poder sólo hay uno y sin hard no hay soft. 

Los países europeos se encuentran en una encrucijada difícil, la de adaptarse al mundo nuevo que está en formación. Es una cuestión de poder, de su aplicación plena donde se impone el realismo, la iniciativa, la competición y la estrategia. Hay que elegir entre la autonomía estratégica de Europa o las autonomías estratégicas de los estados europeos. 

Quo Vadis Europa? 

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Enrique Fojón, Coronel de Infantería de Marina (Ret) y Doctor en Relaciones Internacionales. Forma parte del equipo de investigadores del Centro de Seguridad Internacional del Instituto de Política Internacional. 

 

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